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lunes, 23 de junio de 2014

No fue una pesadilla

Hoy al despertar cada uno de los canarios hemos sufrido el duro golpe de la mañana al sentir que habíamos despertado envueltos en una pesadilla que, por desgracia, no va a terminar con la salida del sol.

Lo ocurrido ayer y no en nuestros sueños no es más que una muestra de la realidad tal cual es. Empezando por el tema futbolístico, una gran pena invade los corazones de los aficionados “pío-pío” pues no sólo nos sentimos privados de un sueño, sino que nos sentimos robados por nuestra familia y eso nos duele. Cierto es que los impresentables que arruinaron la fiesta del fútbol canario no son dignos de considerarse nuestra familia, pero todos nos sentimos así de una u otra forma.

La lástima nos invade el sentimiento, lástima de ver a los jugadores que se han partido el alma para lograr el sueño de un club como la Unión Deportiva Las Palmas llorando a la salida del estadio. Impotencia. Lo ocurrido en el Estadio de Gran Canaria supone un durísimo golpe a los verdaderos componentes (aficionados, jugadores, técnicos, etc.) del club. Un golpe que costará mucho tiempo cicatrizar, una herida en lo más hondo de nuestra ilusión.

 Recurre a mi cabeza la palabra impotencia de forma continua, también rabia pero prima una sensación de abatimiento. En mis diecisiete veranos ya cuento las temporadas de mi club como sufrimientos y momentos duros, pensando que la época dorada de la UD ya concluyó y que no volverá jamás. Sin embargo, jugadores como Valerón, Momo o Nauzet han conseguido devolver parte de la ilusión a los chavales que con grandes expectativas acudieron al estadio ayer para presenciar lo que sería el primer ascenso de sus vidas pues el de la temporada 1999-2000 se ve lejano ya. Es por eso que duele más aún ver a los propios jugadores y técnicos llorar a la salida del estadio. Se han vaciado y entregado al máximo y unos cuantos desalmados han derruido el trabajo de toda una temporada. 

Por increíble que parezca, han sido los portadores de camisas amarillas que no son dignos de llamarse aficionados los que han hecho trizas las ilusiones de almas que han acabado llorando en las gradas del Gran Canaria, con el sueño destrozado y la sensación de que esto quizás no se vuelva a repetir. 

Personas tan jóvenes como mayores, dignas de pertenecer a la familia de un club con la historia que tienen los amarillos, en estado de shock por culpa de cinco minutos fatídicos en las que todas las calamidades posibles ocurrieron en los que se ha manchado de una forma denigrante el nombre de la Unión Deportiva y de Gran Canaria.

Muy duro pensar que una minoría como mencionó ayer el presidente del club, Miguel Ángel Ramírez, ha mancillado el nombre de una ciudad, de una isla y de un colectivo, Canarias, que en absoluto se ve representado en lo ocurrido ayer pero que no escapa de las miradas atentas que provienen desde todo el mundo en dirección a un estadio. 

Canarias, pueblo que siempre se ha representado por su cercanía, su buen trato y su gente, está ahora mismo siendo representada internacionalmente por 400 ó 500 animales incívicos que han decidido montar una batalla campal en medio de una fiesta como sólo lo harían los animales con sed de venganza porque ¿qué distingue a los humanos si no es la racionalidad? ¿qué queda cuando la razón se pierde? 

Nadie en su sano juicio comprende cómo es posible que esto haya sucedido. Es posible que faltasen policías, pero eso no debe ser en absoluto excusa de nadie para que actos como este sucedan. Es simplemente una vergüenza. 

Como canario, expreso mi indignación, mi rabia, mi impotencia, pero sobre todo, siento muchísima lástima por un sueño que se ha destrozado cuando ya estábamos acariciándolo. 

Tras lo sucedido, ha de realizarse sin duda una profunda crítica a la sociedad y en concreto a la juventud, actos vandálicos con carácter menos importante ocurren cada día y no son tratados hasta que sucede una “desgracia” como la batalla del Gran Canaria. Pues bien, ya hemos sufrido la catástrofe, ahora busquemos soluciones. 

No demos por perdida la generación joven actual, no todos son de la índole de los que ayer cometieron ultraje y escupieron sobre el nombre de un club y de una isla. No pido que se confíe en ellos, solo pido respeto por los que compartimos su generación pero en absoluto su forma de vivir. 

Tenemos que hacer de esto un punto de inflexión y aprender de todos los errores. Esta caída duele, y mucho, pero hay que levantarse y seguir adelante, porque no nos merecemos lo ocurrido y porque algo así no vuelva a pasar jamás, reflexión. 

Pero sobre todo, tras la profunda crítica a realizar, lo que quiero expresar es mi profunda gratitud actual al club por la ilusión, a los jugadores por su entrega y a los verdaderos aficionados por ser la familia y el apoyo constante que son. 

Sólo nos queda despertar mañana y continuar con la misma entrega e ilusión de siempre pues esto desgraciadamente no ha sido un sueño.